Entre promesas y risas, compartieron sus sueños y nombraron sus miedos. "Total y profundamente", se dijeron, flotando de bonito.
Nunca se volvieron a ver.
Miró al unicornio,
majestuoso, sus crines tornasol con tonos vino, sin herraduras ni silla - no
las necesitaba. Parecía invitarla a subir.
Halagada, ella sonrió y acarició lentamente la mejilla izquierda del magnífico animal. A sus 33 años, ya no era virgen.
Los ojos le brillaron,
coquetos, mientras se alejaba. No todos los días recibes un piropo así.
El martes comenzarían
sus vacaciones. Justo antes de medianoche miró sus instrumentos de tortura, a
su víctima, aterrada e inmóvil - y sonrió.
Qué afortunado era
por trabajar en lo que le gusta.
- El último, -se dijo
a sí mismo.
Puso manos a la obra.
La playa lo esperaba.
- Nolohagas.
Porfavorporfavor, nolohagas. Ya no lo soporto. Te lo suplico. ¡Tengo hijos!
¡No, no, NO! Espérateporfavor. ¡NononoNONOOOO…!
- ¡Aaaarrrghhhh!
Con una sonrisa
resignada de “¿Por qué siempre me toca a mí?”, la enfermera terminó de ponerle
la vacuna al hombre.
Iba a ser un largo
día.
Le decíamos que era
un obsesivo, pero nosotros qué íbamos a saber. Ponía toda su atención en no
pisar las líneas del pavimento. Hasta parecía que se le iba la vida en eso.
- Son sierras láser,
-nos explicaba.
Y así iba por la
vida.
Quise hacerle una
broma y lo empujé en los adoquines. Se hizo mil fragmentos hexagonales.
Ups.