Miró al unicornio,
majestuoso, sus crines tornasol con tonos vino, sin herraduras ni silla - no
las necesitaba. Parecía invitarla a subir.
Halagada, ella sonrió y acarició lentamente la mejilla izquierda del magnífico animal. A sus 33 años, ya no era virgen.
Los ojos le brillaron,
coquetos, mientras se alejaba. No todos los días recibes un piropo así.